jueves, 17 de febrero de 2011

Entre dioses y toallas


Esta mañana me he despertado con cierto sentido del orden y he decidido organizar la leonera que tengo por habitación. Tras lanzar la toalla de ducha sobre el respaldo de una silla oportunamente colocada me he girado para continuar mis tareas del hogar cuando, a los pocos segundos  y tras  permanecer completamente inmóvil, la toalla ha decidido rendirse y desplomarse agónica sobre el suelo. El problema es que el objeto en cuestión es más bien tirando a negro y yo he registrado la caída con el rabillo del ojo, así que por unos instantes he sentido una sombra detrás de mi y, cual guerrero despierto, me he girado dispuesto a entablar batalla. El estado de alarma ha desparecido en cuanto he visto el inofensivo burruño tendido en el suelo.

Poco después he ido a la cocina a comer algo que no viene para nada al caso y he empezado a escuchar la puerta de la sala cerrarse y abrirse lentamente, fruto evidentemente de la corriente de aire que atravesaba el habitáculo en ese momento.

 A raíz de ambas experiencias, que de paranormales tienen más bien poco, me he empezado a plantear cómo habría sido enfocado el asunto por una persona nacida hace algunos siglos (el número es irrelevante, abstraeros al menos un par de siglos y, si queréis, seguid tirando de la cuerda). Con toda probabilidad lo sucedido habría sido achacado a la magia, el espiritismo o algún tipo de fuerza superior cuyo único propósito aquella mañana sería el de complicarme la ya de por sí molesta actividad de recoger mi habitación tirando toallas al suelo y jugueteando con bisagras poco engrasadas.

Con todo, a uno no le sorprende pensar que este tipo de explicaciones, basadas obviamente en la falta de conocimientos científicos que explicasen algo tan sencillo, fuese derivando poco a poco en una bola creciente en la que se asignaron nombres, fechas, hechos, códigos de conducta y hábitos para no mosquear a los de arriba, y que fueron impregnando el día a día de esos inocentes más por miedo que por amor al arte. Esa pelota habría crecido tanto que hoy en día la creeríamos real, y la llamaríamos Religión: insólito, el hombre “bautizaría” un movimiento con cualquiera de los cinco grandes nombres y acto seguido se sometería a él de la manera mas sumisa y humillante posible. Para ilustrarlo un poco mejor, podría decirse que vivimos en un apartamento donde evitamos hacer ruido a toda costa y alteramos considerablemente nuestra propia convivencia con tal de no molestar a los vecinos de arriba, que parece ser no tienen muy buen genio. Sin embargo pasan los años y poco a poco nos vamos dando cuenta de que tal piso nunca estuvo ocupado y que tales vecinos nunca existieron, por lo que nuestros intentos por mantenernos en absoluto silencio eran totalmente infundados e innecesarios. ¿Cómo sentirse tras tal descubrimiento? Se me ocurre un amplio abanico de adjetivos que abarca desde pasmado hasta gilipollas.

Yo por mi parte espero que la ciencia esté en lo cierto, porque de no ser así os estaría contando que una toalla intentó atacarme esta mañana y que mi consecuente grito despertó a algún que otro vecino cascarrabias.  

Alberto Dean Palacios

No hay comentarios:

Publicar un comentario