jueves, 17 de febrero de 2011

Cortinas de humo

A veces suceden cosas que uno no se explica muy bien. No solo desafían a las leyes de la lógica, sino que las torean con un arte que deja boquiabierta a toda la grada. La cronología de esta broma a largo plazo comienza el 26 de diciembre del 2006 con la promulgación de la primera Ley Antitabaco. En ella comienzan las primeras restricciones asociadas a los lugares donde se puede y no se puede fumar, incluyendo aquí lugares de trabajo y centros culturales. Además, se establecen también aquí las zonas de fumadores, espacios con separación física financiados por los propietarios. Pasan tan solo cinco años y se aprueba una nueva ley, la Ley Antitabaco 2011, esta vez altamente restrictiva y donde se anulan tales espacios, con lo que comprendería que algún que otro inversor en “zonas de fumadores” ande un poco cabreado con tan drástico giro en la hoja de ruta del Gobierno por atajar el tabaquismo.

Sin embargo y no me malinterpreten, no pretendo entrar a debatir la legitimidad de esta ley, sino reflexionar sobre el contraste entre la intensidad y contundencia con la que el Gobierno actúa hacia los consumidores y la permisividad y casi sumisión que procura a la Industria Tabacalera. En 2003 España ratificó el Convenio marco para el control del tabaco promovido por la OMS, y en el que se concedía un plazo de cinco años para eliminar cualquier tipo de publicidad, promoción o patrocinio relacionado con el tabaco. Seguramente al Sr. Morris y sus amigos esto no les hizo demasiada gracia, pero por suerte para él parece ser que ahí se acaban todas las medidas con las que el Gobierno pretende arremeter contra las tabacaleras. No olvidemos que se trata de un producto que contiene 34 sustancias potencialmente cancerígenas para los seres humanos, entre las que destaco nombres tan poco tranquilizadores como el Arsénico, Berilio, Benceno, Cadmio, Plomo o Polonio, y que en la combustión de un cigarrillo se crean más de 4000 compuestos químicos. Esta fiesta de la tabla periódica transcurre en diversas partes de nuestro organismo y propicia más de 1,2 millones de muertes anuales solo en Europa; es la protagonista en la aparición de 29 enfermedades de las cuales 10 de ellas son diferentes tipos de cáncer y es la causante del 95% de los cánceres de pulmón y el 50% de las enfermedades cardiovasculares (principal causa de muerte en lo que indebidamente consideramos mundo desarrollado). Esto, tan solo en España, genera un total de más de 50.000 muertes al año, más que accidentes de tráfico y consumo de drogas ilegales juntas.

Con todo, a uno no le resulta demasiado difícil comprar tabaco tanto en bares como en estancos. El sistema de “control” por botón no parece resultar demasiado efectivo y los camareros no tienen por qué ejercer de guardias de nadie, bien aprendida la lección, la mayoría de ellos apenas calculan mentalmente la edad del adolescente que les pide cambio. Es decir, en el proceso de la compra se han hecho vagos intentos por regularla, podríamos decir que casi nulos, mientras que en el momento del consumo las políticas adoptadas son asombrosamente restrictivas. En cuanto al proceso de fabricación mejor ni hablemos. Así que este panorama me suscita varias preguntas: ¿por qué no se actúa con las tabacaleras con la misma mano dura que se actúa con los consumidores? ¿qué tipo de intereses hay en juego para que un hecho tan evidente como es la muerte de 1.200 personas al día en el mundo no canalice vías de actuación directa contra el proceso de compra? ¿es acaso restringir el consumo una forma de lavarse las manos frente a este lento genocidio? ¿Por qué no se presiona a los fabricantes para reducir las dosis de nicotina y alquitrán?

“No pido disculpas por la nicotina —dijo un directivo de la industria del tabaco hace algunos años—Es lo que hace crecer el negocio, lo que nos asegura la clientela”. La táctica es efectiva. “Con niveles altos de nicotina —confirma la publicación holandesa Roken Welbeschouwd — se logra crear adicción más deprisa; después se reducen gradualmente tales niveles para que aumente el consumo y las ventas”. Pero como dijo Upton Sinclair, "Es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda". Por cierto, yo fumo.

Alberto Dean

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