Es obvio que desde hace algunos años venimos experimentando un cambio evidente y palpable en múltiples aspectos del sistema social y económico en el que vivimos inmersos. Una de estas mutaciones es la cultura empresarial de muchas organizaciones, antaño fuertemente jerarquizadas, cerradas y, a menudo, carentes de unos códigos éticos o deontológicos sobre los que cercar sus actuaciones. Las expectativas de beneficio se fijaban en un plazo inmediato y el futuro se vislumbraba como un ente caprichoso e impredecible pero abordable como lo hace un navío rompehielos sobre un océano helado. El tamaño importaba, y una empresa grande no temía enfrentarse a los avatares de un futuro incierto, por adverso que éste pudiera parecer. Sin embargo, con la proliferación de los medios de comunicación y la gestación de una opinión pública informada y crítica, las empresas se vieron obligadas a abrir poco a poco -y no sin oponer cierta resistencia- su cultura empresarial y adaptarla a un modelo de mercado que se manifestaba más plural, exigente y justo.
Sin embargo, algunas empresas optaron por ir unos pasos más allá y hacer algo que nunca antes se había hecho: ofrecer productos de calidad de forma gratuita. Lo que parecía un modelo de desarrollo insostenible ha ido dando paso poco a poco a un séquito de seguidores que pueden celebrar el hecho de haber conectado más con sus clientes en apenas unos años que grandes empresas en décadas. Uno de los casos más sonados es el de Google, nacido en la cuna de la ya venerada Sillicon Valley, apostó por una política empresarial basada en la confianza, la complicidad y, sobre todo, en la gratuidad. Actualmente cuenta con un sinfín de aplicaciones de libre descarga y otras tantas en desarrollo (denominadas beta) que han permitido amortiguar y facilitar la entrada de los usuarios en el mundo virtual en el que nos encontramos. Han desarrollado, como arquitectos digitales, un universo a nuestra medida al que nos hemos mudado sin rechistar, y lo han logrado gracias al desarrollo de una receta óptima que combina gratuidad y publicidad poco invasiva a partes iguales.
Toda esta experiencia apela a la renovación constante del paradigma y nos recuerda la importancia capital del espíritu de reinvención e inconformismo crónico, la necesidad de no relajarse nunca y husmear las claves del presente para abordar el futuro no como un barco rompehielos sino como un velero, aprovechando los vientos que soplan a favor y sorteando, con estrategias inteligentes, los que amenacen nuestro rumbo.
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