lunes, 28 de febrero de 2011

Conformismo de doble filo


A veces el conformismo es peligroso. Nos avoca a una espiral de pasividad infinita recubierta de aceptación forzada por un status quo que no está mal, pero señores, tampoco está bien. Este tipo de actitud aflora en múltiples aspectos de la vida cotidiana, pero cuando escala a cotas más altas y se instaura en la cima de la psicología social puede hacer que perdamos el rumbo y encallemos en una marisma de ideas falsas y potencialmente dañinas para nuestra propia existencia. Tanto es así que llegamos a confundir el concepto de “proteger” con el de “perjudicar menos”, llegando a la estrambótica idea de que cuando el vehículo que conducimos emana la nada irrisoria cantidad de 150 gCO2/km estamos contribuyendo a una protección activa del medio ambiente. No nos confundamos, proteger no implica dañar menos, sino garantizar la existencia de un sistema, e incluso apuntando extremadamente alto, contribuir a su desarrollo. Sin embargo, los anuncios de coches se llenan la boca con cifras que oscilan entre los 100 y los 200 gCO2/km, siempre acompañado de la palabra “eco” y una guarnición bien emplazada de hojas verdes para calmar nuestras contaminadas conciencias.
Ahora bien, si viajamos de Madrid a Málaga con un coche que consuma 150 gCO2/km, al llegar a nuestro destino habremos generado una estela de 85,5 kilos de CO2,  uno de los principales gases de efecto invernadero. Creo que está bastante claro que los medidores de polución empiezan a rozar cotas nunca antes vistas, y que va siendo hora de que adaptemos nuestros modelos de transporte a las exigencias de una coyuntura ecológica que se está perfilando poco o nada apta para nuestra propia supervivencia. Hagamos gala de nuestro intrínseco ingenio y demostremos el verdadero valor de la palabra “proteger”.  

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